Desarmaba los coches de cuerda que le traían los Reyes para ver cómo funcionaban por dentro. Luego fue la máquina de afeitar de su padre, para acabar con la lavadora y el televisor. A eso luego le llamó capacidad de análisis y síntesis.
Con el destornillador en la mano no tuvo más remedio que hacerse ingeniero, lo cual amuebló aún más su cabeza.
Aplica modelos y procesos en múltiples facetas de su vida: en la cocina, en la organización de las vacaciones e, incluso, en su trabajo. Por lo demás, es un chico normal. Alma de consultor, pero normal.